blank
La Sagrada Eucaristía es el Sacramento en el que Jesús entrega por nosotros su Cuerpo y su Sangre: a sí mismo, para que también nosotros nos entreguemos a él con amor y nos unamos a él en la Sagrada Comunión. Así nos unimos al único Cuerpo de Cristo, la Iglesia.
La Eucaristía es el centro misterioso de todos los sacramentos, porque el sacrificio histórico de Jesús en la Cruz se hace presente durante la transubstanciación de un modo oculto e incruento. De este modo la celebración eucarística es «la fuente y cima de toda la vida cristiana». Cuando comemos el pan partido, nos unimos con el amor de Jesús, que entregó por nosotros su cuerpo en la Cruz; cuando bebemos del cáliz, nos unimos con aquel que en su entrega derramó incluso su Sangre.
Nosotros no hemos inventado este rito. Jesús mismo celebró con sus discípulos la Última Cena y anticipó en ella su muerte; se dio a sus discípulos bajo los signos de pan y vino y exhortó a que, desde entonces, y después de su muerte, celebraran la Eucaristía: «Haced esto en memoria mía».
Cristo está misteriosa pero realmente presente en el Sacramento de la Eucaristía. Cada vez que la Iglesia realiza el mandato de Jesús «Haced esto en memoria mía» (1 Cor 11,25), parte el pan y ofrece el cáliz, sucede hoy lo mismo que sucedió entonces: Cristo se entrega verdaderamente por nosotros y nosotros tomamos realmente parte en él. El sacrificio único e irrepetible de Cristo en la cruz se hace presente sobre el altar; se realiza la obra de nuestra redención.
Cada vez que la Iglesia celebra la Eucaristía se sitúa ante la fuente de la que ella misma brota continuamente de nuevo: en la medida que la Iglesia «come» del Cuerpo de Cristo, se convierte en Cuerpo de Cristo, que es sólo otro nombre de la Iglesia. En el sacrificio de Cristo, que se nos da en cuerpo y alma, hay lugar para toda nuestra vida. Nuestro trabajo y nuestro sufrimiento, nuestras alegrías, todo lo podemos unir al sacrificio de Cristo. Si nos ofrecemos de este modo, seremos transformados: agradamos a Dios y para nuestros prójimos somos como buen pan que alimenta.
Se critica con frecuencia a la Iglesia, como si únicamente fuera una asociación de hombres máso menos buenos. En realidad, la Iglesia es lo que se realiza diariamente de un modo misterioso sobre el altar. Dios se entrega por cada uno de nosotros y quiere transformarnos mediante la Comunión con él. Como seres transformados deberíamos transformar el mundo. Todo lo demás que la Iglesia es también, es secundario.
Quien quiera recibir la sagrada Eucaristía, debe ser católico (y por tanto bautizado). Si fuera consciente de un pecado grave o mortal, debe confesarse antes. Antes de ponerse ante el altar hay que reconciliarse con el prójimo.
Hasta hace pocos años estaba dispuesto no comer nada como mínimo tres horas antes de una celebración eucarística; de este modo se quería estar preparado para el encuentro con Cristo en la Comunión. Hoy en día la Iglesia pide al menos una hora de ayuno. Un signo de respeto es el vestido, bonito y algo especial, pues al fin y al cabo tenemos una cita con el Señor del mundo.
Para recibir por primera vez la Eucaristía, es necesario un tiempo de preparación, la catequesis (más información sobre la catequesis infantil aquí).
Diríjase o bien a la oficina de la Unitat de Pastoral (consulte el horario aquí) o bien a cualquiera de las parroquias que conforman la Unitat de Pastoral un poco antes o después de las celebraciones (puede consultar el horario de éstas aqui).